Bien, comenzaría diciendo, que una de las características que más nos apasiona de las civilizaciones y culturas del pasado son sus creencias y mitologías. Y entre ellas, las del antiguo Egipto son de las más populares. Un panteón de dioses y diosas dedicados a la naturaleza y a cada ámbito de su sociedad, con aspecto humano, con cabeza animal y protagonistas de épicos relatos. Sin embargo, esta religión no duró el mismo tiempo que esta civilización, ya que en un momento, bastante corto de hecho, no más que un reinado, este politeísmo fue interrumpido, pero… ¿a qué se debió esto?
Pues bien, para hablar de este periodo, conocido como el periodo de Amarna, debemos hablar de un faraón: Akhenatón, o también llamado Amenofis lV o Amenhotep IV. Hijo de Amenhotep lll, Nefertiti como su gran esposa real y padre del famoso Tutankamón.
Este hombre es una de las figuras más fascinantes de la historia de Egipto, porque decidió ir en contra no de siglos, sino de milenios de tradición y acabar con todos los dioses de Egipto para instaurar una nueva religión, adorando a un único dios. Y podía hacer esto porque era ni más ni menos que el faraón. En verdad, y como dato, una de las razones por las cuales es muy difícil estudiar la mitología egipcia es porque está muy atada al poder real, los faraones tenían mucho poder sobre ella, cambiando la familia divina según les conviniese.
Así que, después de la muerte de su padre y acceder al poder, no fue hasta el sexto año de reinado que Amenhotep IV tomó estas decisiones tan drásticas, haciendo a Atón, el nuevo dios al frente de Egipto, el único y dios más supremo. Más tarde incluso cambiando su nombre de Amenhotep a Akenatón y construyendo una ciudad desde cero en tierra donde nunca se hubiese adorado a otros dioses, a lo que llamó Aketatón, y que hoy en día se conoce como Amarna.
A diferencia de otros dioses, a los cuales mandó destruir, Atón no era una persona con cabeza de animal ni nada por el estilo, se le representaba como un disco solar del que salían rayos terminados en dedos. Y a contrario que los otros dioses, Atón estaba entre lo divino y lo mortal, por tanto, se dice que podía tener relaciones cercanas con los humanos. Tal como el hecho de que sus rayos tocasen a todo el mundo por igual, sugirió un gran cambio en la cultura y mentalidad del faraón.
Y este cambio de mentalidad se acabó reflejando en el arte, creándose un estilo mucho más naturalista. El faraón ya no se representaba con un cuerpo perfecto, viéndose las cabezas más alargadas, los labios más marcados, cuerpos más realistas y la representación de imágenes más íntimas, por ejemplo esta donde vemos a el mismo faraón y a Nefertiti en una escena familiar, junto a sus hijas.
Mucho más tarde, cuando Akenatón murió y su reinado del terror digamos terminó, su heredero Tutankatón, más tarde conocido como Tutankamón, volvería a cambiar las ideologías que impuso su padre y establecería de nuevo la religión original, abandonando Aketatón y dejando de lado al dios Atón para siempre.
Y el arte que mencioné anteriormente, también se reflejó en la poesía siglos más tarde, cuando el famoso egiptólogo francés Urbain Bouriant, se encontró entre las ruinas de Amarna el llamado Himno al Sol ó Himno a Atón. Una obra magistral de la literatura religiosa. Un canto de amor y entusiasmo legado de la literatura del Antiguo Egipto y probablemente escrito por el mismo Akhenatón, en honor a su dios Atón, como no, hacia 1360 a. C.