Antes de comenzar el relato, quiero recalcar que está inspirado por un microrrelato que escribió una vez mi compañera de blog, Paula, en una clase de valores.
"Me desperté y comprobé que mi mujer seguía en la esquina de la habitación, se había dormido. Parecía algo cansada y pensé que tendría hambre, por lo que bajé a por el desayuno. Al salir de la habitación, cerré la puerta colocando el cartel de "no molestar" en el pomo. Mientras continuaba mi camino hacia el restaurante del hotel, me encontré al turista de la habitación de al lado bajando las maletas al hall del hotel. Él me vio, pero yo aceleré el ritmo para evitar una conversación incómoda, de esas que ocurren en los ascensores. Cuando llegué al buffet, me planteaba qué tipo de desayuno escoger, ya que había gran variedad. No podía equivocarme, menos esta vez. Todo debía ser perfecto, así que al final opté por un "capuccino" y una macedonia de frutas. Pensé en ir a la floristería que se encontraba convenientemente situada en frente del hotel, hasta que recordé la lluvia que acechaba fuera. Cuando entré, vi que el ritmo de las gotas había aumentado, y continuaba golpeando incesantemente la ventana. El sonido de las gotas retumbaba en mis oídos y recorría mi cuerpo, como si estuviera cayéndome encima. La oscuridad reinaba en la habitación hasta que, tras un torpe tanteo en la pared, encontré y pulsé el interruptor. Dejé la bandeja con el desayuno que tan cuidadosamente había escogido, esperando una sonrisa de agradecimiento, pero, tonto de mí, no recordaba que la cinta americana tapaba su boca, por lo que no podría concederme ese gesto. Pensé que quizá también debería desatarla para que pudiera comer a gusto, pero sería más romántico darle yo la comida, ¿no? ¿No piensa usted lo mismo, señor agente?¿Nunca le ha llevado el desayuno a su pareja a la cama? En las películas románticas siempre lo muestran así, se dan de comer el uno al otro, a veces incluso se ríen mientras. Pero ella no sonreía. Entonces, me levanté y fui a por un rotulador rojo que había dejado el día anterior en la mesilla de noche, y le pinté una sonrisa yo mismo. Pero la sonrisa pintada no tuvo el efecto deseado, pues sus lágrimas hicieron que la tinta se corriera. No entendí por qué lloraba, si siempre decía que mi arte le maravillaba."